martes, 24 de agosto de 2010

Bailar con la fea

CRÍTICA LITERARIA
Abandonados a su suerte
Patricia Espinosa. LUN – Viernes 22 de enero, 2010, Pág. 46
Ésta es la tercera producción narrativa de Francisco Miranda. Se trata de un con junto de dieciséis cuentos variados en su extensión, pero no en sus temáticas. Miranda explora en el microrrelato, que claramente no es su fuerte, y en narraciones de mayor aliento, pero en todas predomina el desencanto, la derrota, el fracaso, acompañado de rabia y un sentimentalismo tormentoso, desde donde a veces, solo a veces, surge la posibilidad de entorpecer el curso dantesco de los condenados a no tener parte en la sociedad.
La narrativa de Miranda abre un lugar al marginado y lo construye con gran precisión. Hay personajes abandonados a su suerte, víctimas de un sistema pero también de cierta fatalidad ancestral que jamás les dará la pasada. Así, todo tiende a degradarse y cada relato da cuenta de la perturbación, de la exasperación de alguien que da la lucha y que se arriesga a pesar de que todo lo que lo rodea parece concertarse en su contra.
Un tema central en esta narrativa lo constituye la dominación sufrida por el hombre común, la marcación de sus rutinas, su deambular invisible por la ciudad y la constante presencia de su palabra, cuya principal función parece ser únicamente representar la soledad. Frente a la imagen del don nadie, del fracasado, está el sistema que lo ignora y que conspira para su destrucción. Con todo, los protagonistas de estos relatos demuestran una tremenda dignidad ante la desolación de su presente, expresada tanto en una rabia que se calla, que se guarda, como en una rabia que arrasa con el entorno.
El resentimiento es claramente un leitmotiv importante y bien elaborado en este conjunto de narraciones, pero no se trata de la rabia e impotencia de un individuo quejumbroso, cuya palabra resuena como testimonio particular; al contrario, cada relato siempre contiene indicios sobre un orden social atravesado por la exclusión donde radica el origen de su condición. Sin convertir el autor su literatura en una arenga cuyo único foco sea la insurgencia, destaca el cuento (“Sin título”), un relato de gran lucidez, emotividad y esperanza que cruza la historia del país con la de una familia y el terror dignificado de un hombre que se enfrenta a la muerte y les habla a quienes le sobreviven. Miranda dice así: “Deberemos resistir… luchar contra el olvido y vencer la impunidad”.
Más allá del título machista del libro, Francisco Miranda demuestra una solidez literaria importante para abordar el miedo, la irritación, pero también el orgullo de los condenados de siempre al desamparo y al abuso.
Condenados a bailar con la fea
Por Ramón Díaz Eterovic
“Bailar con la fea” es la más reciente publica¬ción de Francisco Miranda, autor de un ya amplio registro narrativo en el que destacan títulos como la novela “El sindicato” y “Perros agónicos”. En estos libros, Miranda estableció las claves de su narrativa, vinculada a una suerte de poética de la marginalidad que reafirma en “Bailar con la fea”, conjunto de cuentos protagonizados por personajes que sobreviven con trabajos precarios, rateros de poca monta, viajeros sin destino fijo, jóvenes que beben la penúltima cerveza en cualquier esquina de barrio mientras sienten que la vida se les escapa. Personajes que buscan un sentido para sus días, pese a que saben o intuyen que nunca verán caer sobre sus hombros el polvo de las estrellas y que son parte de una sociedad que sólo les ofrece la posibilidad de ser carne de cañón.
Lo particular, y lo que a fin de cuentas es uno de sus mejores aporte, es la forma como Miranda incorpora a nuestra narrativa un mundo social habitualmente omitido o caricaturizado. Miranda sabe de lo que escribe, lo conoce de primera mano, y por eso sus relatos tienen un tono de autenticidad, un tratamiento fresco y vital que convence y atrae, como queda en evidencia en su cuento “Los sobrinos de Caín”. El trabajo de Miranda muestra realidades degradadas en la que todos los personajes parecen estar eternamente condenados a “bailar con la fea” en fiestas a la que siempre llegan de cola-dos.
Otro aspecto destacado en este nuevo libro de Miranda son sus cuentos futuristas, donde la marginalidad está asociada al abandono irremediable de los espacios urbanos que hoy conocemos, y a la imposición de un estilo de sociedad donde los sentimientos y las conductas de las personas están abierta o soterradamente manipula-dos, lo que a simple vista responde a la extrapolación del control de voluntades que hoy se manifiesta a través de los medios de comunicación, orientados a la imposición de deseos vanos y de contenidos que adormecen y desinforman.
“Bailar con la fea” contiene cuentos que atraen particularmente, como “Réplicas”, donde dos personajes –Mercalli y Richter– se proponen revolucionar el país combinando asaltos y robos con sismos perfectamente estudiados; o “Papelera de reciclaje” en el que la compra de un computador robado lleva al protagonista a internarse en el mundo oculto de un escritor tan desconocido como enigmático.
Los cuentos de Miranda son provocadores, aportan una mirada distinta y están escritos con el oficio de un autor que narra con vitalidad. Tiempo atrás, cuando conocimos sus primeros cuentos, señalamos que ellos evidenciaban la mano de un narrador incisivo, que maneja bien los recursos del cuento, que construye su andamiaje narrativo en base a buenas historias y la recreación de un lenguaje urbano acorde con las características de sus personajes. Y todo esto, lo ratifica y perfecciona en los cuentos de “Bailar con la fea”.
Cuentos con risas grabadas
Por Fernanda Donoso / La Nación. Martes 22 de diciembre de 2009 | | Opinión
Francisco Miranda (1962) es profesor de castellano, aunque “Bailar con la fea” tiene una rara frecuencia de faltas de ortografía: es uno de los libros más chilenos del mundo. Fraseo, clima, onda, lenguaje, personajes, todo se explica por un lugar de origen que es limitación y posibilidad. Un lenguaje que a ratos es un despliegue de libertad, y demasiado seguido se lanza a la piscina de lo obvio.
El tono es: “Por último, antes de emprender la retirada, pasaron a servirse unas cervezas con hamburguesas, haciendo después un verídico perro muerto”. O: “El sentir de una casi niña, que se entregó a mi joven padre para darse un amor puro y fecundo”. El fuerte de Miranda es la narrativa de los amores neuróticos, las chicas difíciles, los tipos trásfugas.
En “Réplicas”, Germán Richter y Paolo Mercalli crean el MTMF, Movimiento Telúrico Muñoz Ferrada: realizan atentados perfectos que coinciden con el instante mismo en que comienza un terremoto. Han volado desde bancos en Concepción, a un complejo agro-exportador en Talca, y empresas navieras en Punta Arenas, en medio de grandes ondas sísmicas, una volada “entre botellas de champaña y minitas cuicas”.
Un ejercicio de terrorismo-telúrico que ha dejado cientos de víctimas y termina antes de un tsunami, con una escena del tipo “Thelma y Louise”, la película.
“Una verdadera flota de la Armada los rodeó. Alertados por información satelital de la NASA, tenían que ver de qué se trataba eso. Faltaron solo los portaviones y los submarinos, pero no habrían estado de más. La balacera duró menos de media hora, antes de que Mercalli cayera herido y no alcanzara a decir sus últimas palabras. Richter le cerró los párpados y detonó la carga explosiva”.
“Mi casamiento fue un desastre” -escribe después, en “Fiesta”, un divertido microcuento.
“Ella estuvo bailando con su amigo del liceo toda la noche. Después se emborrachó y me dejó pagando. Los encontré en el dormitorio. Se besaban, estoy casi seguro. Discutimos. Me dijo que estaba aburrida de mis celos. Le pegué en la cara una cachetada. Se metió un primo. Mandé a su familia a la cresta. Volví como a las dos horas”. No para hasta que el novio llega al borde del suicidio. “Bailar con la fea” es una escritura de parodia y un tono de narrativa oral. Se ríe del mundo con el estilo del encargado de contar los chistes en el paseo de la empresa: una banda de risas grabadas no le vendría mal.
Bailar con la fea,
Francisco Miranda,
La Calabaza del diablo,
2009, 107 páginas.

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